En cada pueblo, siempre ha habido alguien a quien podías acudir. Una abuela. Un tendero. Un sacerdote. Un vecino con experiencia de vida y sabiduría silenciosa.
Nunca se les llamó asesores financieros, pero poseían el conocimiento que daba forma a cómo ahorrábamos, pedíamos prestado, intercambiábamos y gastábamos. No era formal. No siempre era correcto. Pero era lo que teníamos.
A medida que avanzamos en el proyecto PROFIT, trabajando para construir una novela gráfica digital gamificada que fomente la alfabetización financiera en jóvenes, seguimos volviendo a esta pregunta:
¿En quién confían hoy los jóvenes cuando se trata de dinero?
Es tentador decir: «Bueno, no le preguntan a nadie». Pero eso no es del todo cierto.
Preguntan. Constantemente. Solo que ahora le preguntan a YouTube, TikTok, Reddit y entre ellos.
Para entender cómo llegamos hasta aquí, vale la pena trazar el largo y sinuoso camino de cómo se ha transmitido el conocimiento financiero de generación en generación, y dónde se está rompiendo esa cadena.
Sabiduría oral y la moneda de los proverbios
En las sociedades preindustriales, el dinero no siempre era una preocupación central, pero la gestión de recursos sí lo era.
Los consejos sobre comercio, deudas o ahorro estacional se transmitían oralmente mediante proverbios, historias y costumbres.
Dichos como “No gastes toda la cosecha en una sola temporada” o “Un tonto y su dinero pronto se separan” no eran simples adornos lingüísticos. Eran dispositivos de memoria, formas de codificar el comportamiento financiero en la sabiduría colectiva.
En este contexto, la abuela era tanto brújula moral como mentora financiera. Aprendías observando, escuchando y viviendo a su lado. No había hojas de cálculo, pero sí estructura. Integrada en el ritmo de la vida cotidiana.
Religión, moralidad y la ética del dinero
A medida que las sociedades se desarrollaron, los consejos financieros se volvieron cada vez más moralizados. En las tradiciones cristiana, judía e islámica, las escrituras ofrecían orientación sobre temas que iban desde la condonación de deudas hasta el comercio justo, el diezmo y las tasas de interés.
En la Biblia, Proverbios 13:11 advierte: “La riqueza obtenida con rapidez disminuye, pero quien la reúne poco a poco la incrementa.”
Las finanzas islámicas prohíben el riba (interés), reflejando la creencia de que prestar debe ser un servicio, no una explotación.
En estos marcos, el dinero nunca fue una herramienta neutral. Tenía un peso ético. El comportamiento financiero no era meramente personal, era comunitario, incluso espiritual.
Gremios, comerciantes y la economía del aprendizaje
Con la evolución de los mercados, el aprendizaje financiero pasó de los ancianos a las profesiones. En la Europa medieval, por ejemplo, los gremios no solo capacitaban para hacer zapatos o pan, también enseñaban a fijar precios, gestionar deudas y transmitir un negocio a los hijos.
En las familias de comerciantes, los libros contables y las negociaciones eran parte del aprendizaje desde la infancia. El consejo ya no venía solo del amor, sino de la necesidad. Aprendías a manejar el dinero porque alguien necesitaba que fueras competente para la supervivencia de la familia.
El consejo financiero seguía siendo relacional, pero cada vez más técnico. Una mezcla de mentoría y contabilidad.
La era de la economía doméstica: mujeres y el evangelio del presupuesto
En los siglos XVIII y XIX, la gestión financiera volvió al hogar, pero esta vez con una agenda impresa. Manuales domésticos, revistas femeninas y los primeros cursos de economía doméstica presentaban el presupuesto como un deber moral y una virtud femenina.
Se decía que una buena mujer podía hacer rendir el salario de su esposo. Ahorraba. Planificaba. Evitaba gastos frívolos. Su inteligencia financiera era silenciosa, pero esperada.
Este modelo, aunque limitado, funcionó como canal de transmisión. El conocimiento sobre ahorro, deuda y austeridad se transmitía en cocinas, no en aulas.
La alfabetización financiera se convierte en institución
Después de la Segunda Guerra Mundial, la narrativa cambió de nuevo. Las escuelas introdujeron clases de economía doméstica y educación cívica. Los bancos crearon folletos y animaciones para enseñar a los niños a ahorrar. Los gobiernos lanzaron programas de educación financiera, algunos más inclusivos que otros.
Pero algo cambió: la autoridad se volvió institucional. El consejo venía ahora de bancos, profesores y trípticos. Se volvió impersonal, formalizado y, eventualmente, digital.
El pueblo desaparecía. La abuela desaparecía. En su lugar: calculadoras, infografías y ahora, creadores de contenido.
Los “expertos” de hoy: de la abuela al algoritmo
Y eso nos lleva al presente. Cuando los jóvenes quieren consejos sobre dinero, aún acuden a quienes les inspiran confianza.
El problema es que la confianza ya no se construye con base en la cercanía o la edad, sino en la relevancia, la afinidad y el alcance.
YouTubers con historias de “de la pobreza al éxito”.
Creadores de TikTok que hacen que presupuestar parezca estético.
Influencers en Dubái prometiendo riqueza rápida.
Foros de Reddit donde el anonimato permite una sinceridad cruda.
Y sin embargo, nada de esto es neutral.
El consejo financiero ahora está enredado en economías de atención, patrocinios de productos y algoritmos. Está en todas partes, pero no siempre empodera.
Algunos jóvenes aún preguntan a sus padres, pero muchos no. Algunos quieren hacerlo, pero saben que escucharán: “Solo ahorra más” o “Compra una casa en cuanto puedas”, lo cual, en la economía actual, puede sonar absurdamente fuera de lugar.
Reconstruir el pueblo, digital y emocionalmente
Entonces, ¿qué hacemos?
En el proyecto PROFIT no intentamos reemplazar el pueblo.
Queremos reconstruirlo, de forma digital, pero con profundidad emocional.
Nuestra novela gráfica no ofrece fórmulas financieras paso a paso. Invita a los jóvenes a seguir a un personaje a través de dilemas reales, desordenados, no lineales y cargados de emociones.
Como los suyos.
Creemos que la alfabetización financiera no se trata solo de números.
Se trata de identidad. Vergüenza. Esperanza. Presión social. Curiosidad. Y sí, también de esos nudos en el estómago cuando el dinero parece un tema demasiado grande para hablarlo.
Las herramientas han cambiado. Los mensajeros han cambiado.
Pero la necesidad de guía, de una voz en la que confiar, no ha cambiado.
La pregunta es: ¿quién responderá?